domingo, 5 de agosto de 2012

Mudanza, mala palabra...


Es un día como cualquier otro. Te levantás, te das una ducha, desayunás, y como te sobra algo de tiempo antes de ir al trabajo te pones a acomodar esos papeles que están en tu mesa de luz desde hace meses y que vivis prometiendo darles lugar. Pero el dia se convierte rápidamente en una odisea cuando, al leer el contrato de alquiler que descansa tranquilamente entre El Juguete Rabioso de Arlt y la revista del diario del Domingo, ves que solamente te quedan tres meses de contrato, y después…
Después es en realidad el ahora, porque tres meses se pasan volando, y porque al llamar a la inmobiliaria para consultar, te enterás de que no te renuevan contrato porque lo que hasta ahora es tu hogar dulce hogar, pronto se convertirá en un lujoso edificio de esos que prometen vecinos copados y mascotas que no ensucian, pero cuyas dimensiones compiten ferozmente con las de una caja de zapatos (está bien, seré justo: una caja de herramientas).  Cosas de la bendita globalización que vienen a complicarme la vida, pienso. Es el momento cuando aparece esa mala palabra; Mudanza.
Todos los que no contamos (aún) con vivienda propia sabemos de lo traumático que se vuelve cada vez que hay que empezar una nueva búsqueda. Y no me refiero solamente a la búsqueda del inmueble en sí, que ya es algo complicadísimo; las dimensiones, la cercanía con su actual domicilio (o no), precio, lugar para las mascotas, lugar para las cosas que antes no tenías y ahora sí y un largo, larguísimo listado de etcéteras. También a todo lo que rodea al proceso; garantías (amigos y familiares, atentis), dinero extra, fletes, tiempo que nunca tenemos y que ahora tenemos que sacar de vaya Dios a saber donde para poder visitar las posibles nuevas moradas. Si hasta se vuelve agotador de solo pensarlo…
 Como les decía, es una experiencia que suele volverse bastante traumática  y que puede tenerlos a mal traer durante varios días (a esta altura saben que estoy hablando de mí, me imagino), porque cada casa que habitamos se vuelve nuestro hogar, y nos cuesta terriblemente la idea de tener que dejarlo para empezar de nuevo en otro lugar, y porque si tuviéramos nuestra propia casa eso no sería necesario, y porque...después de una infancia y adolescencia de andar rodando por toda la provincia, siento que necesito crear raíces y dejar partir a este desarraigo que llevo dentro de una vez por todas y para siempre.
Por eso, pido perdón, mi querida Mafalda, y por ende a mi admirado Quino, pero para mí, la mala palabra no es “Sopa”, es “Mudanza”.- 

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