lunes, 6 de mayo de 2013

Dónde va la gente cuando llueve?...


¿Dónde va la gente cuando llueve? Esa era la pregunta y titulo de una canción de los setenta, de la cual seguramente no sabían hasta ahora y mientras leen estas líneas les preguntan a sus padres que están cebando mate de qué diantres estoy hablando. Pero no nos vayamos de tema ¿alguien alguna vez se lo pregunto en serio? ¿A dónde vamos cuando llueve? ¿Por qué corremos? A que le tememos? No, no estoy bajo los efectos de ninguna droga ni me golpee en la cabeza, quédense tranquilos. Pasa que soy de esas pobres y románticas almas que disfrutan de los días de lluvia, de caminar tranquilo y despreocupado con una sonrisa dormilona  en la cara. Porque la lluvia puede ser alegría o melancolía, pero también tristeza y hasta dolor cuando la madre naturaleza cierra los ojos y el desastre causa estragos.
Mientras tanto, ahí afuera el resto de los mortales corre despavorido como si estuviera cayendo acido en gotas o los marcianos estuvieran invadiendo la tierra. Un espectáculo para alquilar balcones es cuando los que corren desesperados a guarecerse se topan con los que simplemente se quedan ahí parados bajo el agua sin saber qué hacer, casi como si se hubiesen oxidado y perdido toda capacidad de movilidad, casi como si fueran robots de carne y hueso, humanos a pesar de todo.
Están también aquellas personas que disfrutan caminar bajo la lluvia. Solos o acompañados, allá van caminando abrazados mirando vidrieras o caminando por la plaza pero sin mojarse ni un pelito. He aquí la diferencia entre ellos y yo, estimados lectores: yo nunca tuve ni tendré un paraguas. La historia es algo loca pero recuerdo claramente cuando siendo aun un niño vi en la tele que un señor había muerto porque un rayo había caído sobre el paraguas que cubría su cabeza y eso fue todo;  a partir de ese momento era mirarlo y ver el arma del diablo materializada. No me está protegiendo del agua, me está poniendo en peligro, pensaba. El mal materializado en algo tan común ¿cómo era esto posible? Mi imaginación no tenía límites a la hora de encontrarles significados a las cosas y si éstos eran exagerados o de película, mejor.
Fui creciendo. El miedo por el paraguas se diluyó y fue derivando en este loco amor. En esta loca sensación que se apodera de mi cada vez que siento la caída de la primera gota sobre mi cabeza. Soy así, como ya les he contando antes; mitad cuerdo y cerebral, mitad pájaros volando.  Yo los invito a que se jueguen y uno de estos días se olviden del piloto, del paraguas y salgan pero no cuando diluvia, sino cuando cae esa lluviecita suave que empapa las calles y sientan el olorcito a tierra mojada, cierren los ojos y vean desde otra perspectiva mucho más libre y relajada. Eso si, por las dudas pasen primero por la farmacia y cómprense un par de antigripales. No vaya  a ser cosa que por andar dándole bolilla a éste quien les escribe terminen enfermos o con fiebre. Hasta la próxima.
Ah, me olvidaba. Si tienen padres muy jóvenes les cuento que la canción a la que hago alusión al comienzo es de Miguel Cantilo, prócer del rock nacional. Tarea para la semana el googlearlo y descubrirlo.-


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