¿Dónde va la gente cuando llueve? Esa era la pregunta y
titulo de una canción de los setenta, de la cual seguramente no sabían hasta
ahora y mientras leen estas líneas les preguntan a sus padres que están cebando
mate de qué diantres estoy hablando. Pero no nos vayamos de tema ¿alguien
alguna vez se lo pregunto en serio? ¿A dónde vamos cuando llueve? ¿Por qué
corremos? A que le tememos? No, no estoy bajo los efectos de ninguna droga ni
me golpee en la cabeza, quédense tranquilos. Pasa que soy de esas pobres y
románticas almas que disfrutan de los días de lluvia, de caminar tranquilo y despreocupado
con una sonrisa dormilona en la cara. Porque
la lluvia puede ser alegría o melancolía, pero también tristeza y hasta dolor
cuando la madre naturaleza cierra los ojos y el desastre causa estragos.
Mientras tanto, ahí afuera el resto de los mortales corre
despavorido como si estuviera cayendo acido en gotas o los marcianos estuvieran
invadiendo la tierra. Un espectáculo para alquilar balcones es cuando los que
corren desesperados a guarecerse se topan con los que simplemente se quedan ahí
parados bajo el agua sin saber qué hacer, casi como si se hubiesen oxidado y
perdido toda capacidad de movilidad, casi como si fueran robots de carne y
hueso, humanos a pesar de todo.
Están también aquellas personas que disfrutan caminar bajo
la lluvia. Solos o acompañados, allá van caminando abrazados mirando vidrieras
o caminando por la plaza pero sin mojarse ni un pelito. He aquí la diferencia
entre ellos y yo, estimados lectores: yo nunca tuve ni tendré un paraguas. La
historia es algo loca pero recuerdo claramente cuando siendo aun un niño vi en
la tele que un señor había muerto porque un rayo había caído sobre el paraguas
que cubría su cabeza y eso fue todo; a
partir de ese momento era mirarlo y ver el arma del diablo materializada. No me
está protegiendo del agua, me está poniendo en peligro, pensaba. El mal
materializado en algo tan común ¿cómo era esto posible? Mi imaginación no tenía
límites a la hora de encontrarles significados a las cosas y si éstos eran
exagerados o de película, mejor.
Fui creciendo. El miedo por el paraguas se diluyó y fue derivando
en este loco amor. En esta loca sensación que se apodera de mi cada vez que
siento la caída de la primera gota sobre mi cabeza. Soy así, como ya les he
contando antes; mitad cuerdo y cerebral, mitad pájaros volando. Yo los invito a que se jueguen y uno de estos
días se olviden del piloto, del paraguas y salgan pero no cuando diluvia, sino
cuando cae esa lluviecita suave que empapa las calles y sientan el olorcito a
tierra mojada, cierren los ojos y vean desde otra perspectiva mucho más libre y
relajada. Eso si, por las dudas pasen primero por la farmacia y cómprense un
par de antigripales. No vaya a ser cosa
que por andar dándole bolilla a éste quien les escribe terminen enfermos o con
fiebre. Hasta la próxima.
Ah, me olvidaba. Si tienen padres muy jóvenes les cuento que
la canción a la que hago alusión al comienzo es de Miguel Cantilo, prócer del
rock nacional. Tarea para la semana el googlearlo y descubrirlo.-
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