Muchos somos los que en algún momento de nuestras
aventuradas vidas hemos tenido algún tipo de experiencia cercana a lo
sobrenatural o a lo desconocido, amén de vivir en una provincia que tiene
fantasmas famosos y hasta populares por llamarlos de alguna manera, como la
tristemente célebre pelada de la cañada que solía atormentar a los desdichados
transeúntes de la vieja zona de barrio Güemes o la famosa novia blanca, que al
llegar hasta el cementerio san jerónimo
atravesaba la pared cual si fuera una puerta, espantando al taxista que
la llevó hasta el desolado destino final. Y esto es solo por nombrar los más
conocidos. Llega el punto en que sus historias se vuelven casi parte del
folklore de cada ciudad. Lo cierto es que cuando nos pasa algo “raro” después
del susto inicial y sin analizarlo muy fríamente es probable que terminemos encontrándole
alguna explicación racional para dejar de preocuparnos del asunto y no volver a
pensar en ello. En mi caso tengo algunas historias personales que probablemente
le quiten el sueño a más de uno, y como soy muy considerado con ustedes, mis
fieles lectores…les compartiré a continuación…
La sombra.
Una tarde invernal, a eso de las siete de la tarde nos
encontrábamos jugando con mis hermanos en el pasillo que unía al complejo en el
que vivíamos. De repente divisamos sobre la puerta del último departamento lo
que parecía la sombra de un niño. Mi hermano menor, llevado por su inocencia
comenzó a llamarla. Pero había un detalle; la sombra no le pertenecía a nadie. Se
quedo allí, sin hacer nada, casi como si estuviera mirándonos fijamente. Al
darnos cuenta de esto salimos corriendo despavoridamente. Cuando por fin logramos
arrastrar a mi mamá hasta el lugar ya no había nada. Esa fue la última vez que jugamos en el lugar
y durante años no tocamos el tema…hasta hoy.
El hombre sin cabeza.
Una madrugada de esas lluviosas pero serenas de principio de
otoño, me desperté de repente y allí estaba, parado frente a mi cama, una
figura fantasmal vestida con nada más que una camisa a rayas. Había un pequeño
y terrorífico detalle; le faltaba la cabeza, Yo tenía solamente seis años.
Estaba petrificado. La figura se incorporó para acercarse a mí, como si
estuviera mirándome y, en ese preciso instante de casi contacto brotó de mis
pulmones el grito más desgarrador que jamás he dado. La figura se esfumó, no
sin antes echarme una última “mirada” desde los pies de mi cama antes de
perderse en la noche. Nunca supe que fue
lo que paso, pero desde esa noche ninguna camisa queda fuera del placard bajo
pena de destierro.
El perro del diablo.
Durante la década del setenta mis abuelos tenían una casa en
barrio san Vicente. Cierta noche al volver del trabajo y en el largo trayecto
que separaba la parada del colectivo de su casa mi abuelo empezó a sentir que
lo seguía alguien, concretamente un perro. Lo sentía caminar y gruñir, por lo
cual sin darse vuelta empezó a acelerar el paso. Después de varias cuadras a
oscuras y al llegar al primer poste de alumbrado mi abuelo finalmente tomó
coraje y detuvo la marcha para enfrentarlo y que lo dejara tranquilo, pero al
darse vuelta se dio con que no había absolutamente nadie. Ni rastros del perro
ni de cualquier otra criatura. Extrañado siguió camino, pero apenas se movió de
la luz del reflector empezó a sentir de vuelta el acoso del animal en cuestión.
Ni lerdo ni perezoso, mi abuelo, que de estas cosas decía no creer
absolutamente nada, empezó a correr hasta llegar a su casa. Desde esa noche
nunca más volvió a utilizar ese camino, ni siquiera de día.
Y con estas últimas
líneas me despido, mis queridos lectores, esperando que hayan disfrutado como
siempre de las ocurrencias de quien les escribe y deseándoles dulces sueños…si
es que alguna vez pueden volver a dormir. Hasta la próxima.-
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