sábado, 30 de junio de 2012

Amistad


Según la definición del diccionario de la Real Academia Española, la palabra amistad hace referencia a la relación de confianza y afecto desinteresado entre personas…
Amistad, ¡Que palabra!.  Siempre pienso en cual será el significado que le asigna cada persona,  para mí es muy fuerte. Debo reconocer que me cuesta bastante hacer amigos, motivo por el cual es muy difícil, también,  ser mi amigo. Para mí la amistad significa tanto que con el paso del tiempo he terminado idealizando a la palabra en sí…
Mucha gente se jacta de tener miles de amigos, o usan la palabra con la liviandad con la cual untan el pan con manteca en las mañanas, pero…¿cuánto han compartido realmente con esas personas?...
A lo largo de mi vida me ha tocado relacionarme con toda clase de personas, y en muchos casos he creído encontrar amistad. Para mi sorpresa, al cabo de cierto tiempo me encontraba con una relación totalmente unilateral. No importaba cuanto lo intentara, no lograba prolongar el lazo. Finalmente, y después de un tiempo, terminaba desencantado. Cual si fuera romance de verano, todo terminaba en un “Nos estamos hablando” o “Ya nos vamos a juntar”, nunca más nos volvíamos a ver.  Era frustrante y molesto para mí, sin embargo volvía a la carga, como el obstinado que soy.
Siempre, y como pasa en toda ruptura, en determinado momento terminaba echándome la culpa. Por ser tan exigente, por ser tan demandante, por…¿estar siempre ahí? ¿por escuchar cada vez que necesitaban desahogarse? ¿por…? Hmm.  Algo no me cerraba…¿me estaba equivocando de persona?...
Y es que, como empecé a contarles al principio, creo firmemente en que un amigo es esa persona que nos topamos un buen día de golpe caminando por la vida, y que de repente se convierte en actor principal de muchas de nuestras aventuras más preciadas. A veces nos acompaña desde niños, a veces lo encontramos de grande. Pueden no ser miles, tal vez no sean más de dos o tres. Son esas personas que están…en tu casamiento, en el bautismo de tu primer hijo, cuando te comprás tu primer auto, pero también cuando llega la crisis y necesitas llorar; las que te felicitan de corazón cuando rendiste bien el parcial, pero que tienen la objetividad para cagarte a pedos cuando te mandás una macana. Tengo pocos amigos, les decía, pero estoy muy seguro de que esos pocos cumplen con todos estos requisitos.
No importa que tengas miles que están para la foto, importa que estén ahí cuando estás en tu hora más oscura.-

Hace pocos días fui victima involuntaria de la envidia…



 Ante todo debo confesar que no soy del tipo de persona a la cual les afecte lo que digan los demás, pero que pasa cuando el golpe viene desde el lugar menos pensado?...
Pasa más a menudo de lo que cualquiera podría creer; te sale un proyecto, lo comentas con amigos, se lo decís a tu familia, lo compartís en Facebook, básicamente, lo disfrutas. Hasta que de repente un día escuchas salir de la boca de esa persona que antes te felicitó: “si a éste le salio, que no es nadie…”.
 Es ahí donde yo me pregunto: donde quedo tu alegría por mi? Donde quedó la buena onda que me brindaste cuando te lo conté?

Porque cuesta tanto alegrarse por lo que le pasa al prójimo? A veces no lo puedo entender demasiado, me saca de mis casillas. Tengo varias teorías con respecto al tema, pero la principal recae en el simple y fatídico hecho de que muchas veces tenemos miedo a intentar, por miedo a fracasar, ni más ni menos que eso. Y esa misma frustración de no poder concretar, deriva automáticamente en enojo, molestia…envidia. En gran parte las razones por ese enojo son básicamente nuestra propia culpa, seamos sinceros. Cuantas veces escuchamos culpar a Dios, al gobierno de turno o vaya a saber a cuantos más por que las cosas no salen como queremos? Pero que estamos haciendo para que salgan? Porque de brazos cruzados no vamos a conseguir nada, y el que se animó y lo hizo no tuvo menos miedo que vos y que yo, simplemente tuvo la capacidad de ir un paso más allá, o mejor dicho, convirtió ese miedo en coraje.
Hay que prestar mucha atención a los primeros síntomas de la gente que es víctima de esta patología; la sonrisa muta en mueca vacía, la mirada empieza a tornarse esquiva, y las cejas se arquean cual villano de película de Disney, y ello decantará en el comentario venenoso, que puede ser letal, para el cual hay que estar preparados.  Seguramente no podremos hacer nada al respecto, excepto no dejar que nos afecte.
La primera vez que te pasa jode un poco, pero no tenemos que dejar que las frustraciones ajenas nos tiren abajo. Todo cuesta, y si lo conseguiste seguramente lo merecés, laburaste, luchaste, te animaste.
Es siempre mejor estar en la fila de los jugados. No importa si no sale, sabés que lo intentaste. No te quedes con las ganas. No te caigas al primer sacudón. Y la opinión del envidioso de turno dejala pasar. Yo me voy en busca de mi próximo desafío, vos?...
Y como decía el gran Don Quijote: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos!”.-

El apego a las cosas materiales...


A menudo me pasa que tiendo a generar lazos afectivos muy fuertes con cosas materiales.  Tal vez para mucha gente esto suene a tonto, demasiado sensible o tal vez insensible, pero  déjenme explicarles una de mis últimas experiencias, tal vez la más fuerte que me ha ocurrido hasta la fecha.
 Hace poco surgió la necesidad, casi inmediata, de cambiar nuestro humilde lavarropas semiautomático. El pobre artefacto a llegado a su sexto y posiblemente último año de vida útil con una serie de cicatrices en sus espaldas que ni el soldado más valiente podría soportar; magullones a ambos lados, la tapa rota, el cable parchado hasta el cansancio debido a los inclementes ataques terroristas de Pipo, nuestra antigua mascota (QEPD mi amado conejo) y una larga cadena de etcéteras, o mejor dicho, de golpes, para ser más exactos…
Aun lava, eso es cierto. Pero también es cierto que cada vez que emprendemos la aventura de usarlo no solo rogamos que termine el lavado, sino también que su traqueteo no sea más escandaloso que la vez anterior, o la anterior a la anterior (cuenta la leyenda que, en días de viento, su marcha estruendosa puede escucharse hasta a una cuadra de distancia).
Mientras sacábamos números y buscábamos a su posible reemplazo en algún que otro folleto, con mi pareja empezamos a mirar hacia atrás y a pensar en cuanto nos costó comprarlo. Ahorramos durante meses para poder tener el que fue nuestro primer electrodoméstico. Recuerdo la emoción al ir a retirarlo, al instalarlo en el diminuto baño de nuestro primer departamento, el primer lavado…y es en ese punto donde muchas veces no notamos que los objetos que nos rodean también cuentan una parte importante de nuestra historia como personas. Si bien siempre fui consciente de ello, no fue sino hasta que surgió la idea de cambiarlo que note cuanto lo quería, cuanto iba a extrañarlo, y cuán importante era el apego que había generado hacia él. Porque aunque parezca sin importancia cuenta un pedacito de mi vida, en este caso de sacrificio. A escondidas le dediqué algunas lágrimas, y le hice la única  promesa de usarlo hasta el final. El se lo merece. Todavía le quedan un par de historias por contar.
El apego a las cosas materiales, a los objetos que simbolizan algo fuerte para nosotros no es algo que deba avergonzarnos. Sentir esa sensación en el pecho, mezcla de recuerdos y  emoción, lazo inequívoco a momentos únicos de mi vida, sepan que realmente, no tiene precio.-

sábado, 9 de junio de 2012

Las canas


Las canas…Para que están? Porque salen?  Porque nos molestan? Y porque las ocultamos…o queremos ocultar? Recuerdo siempre que siendo aun un niño vivía haciendo estas preguntas a mi santa abuela quien, con su tremenda paciencia, me respondía una y otra vez lo mismo; Que las canas aparecían cuando las personas eran mayores, que eran  símbolo de sabiduría, que a veces salían cuando alguien o algo nos hacía renegar,  y un largo listado de etcéteras que no lograban saciar mis constantes vueltas sobre el tema. Lo cierto es que, hoy, ya pasados los 30, tengo la cabeza bastante poblada con estos, como llamarlos, enemigos de la juventud que vinieron a instalarse cual okupas ilegales y que debo confesar, al menos para mi gusto personal, se han adelantado un poco.
Y no me habían molestado hasta que la gente empezó a notarlo. Claro que al ver la expresión en mi cara trataban de arreglarlo con frases al estilo “Te dan un aire intelectual tremendo” o el clishé y poco creíble “Te ves sexy con esas canas” (perdón, pero de sexy tengo bastante poco, y no son justamente las canas quienes van a venir a salvar el día).
Pensé entonces en cortarme el pelo. Al principio funcionó. El problema vino cuando empezó a crecerme nuevamente y las muy malditas aparecían cual cardos, duras y blancas, resaltando entre el resto e inmaculado azabache de mi cabellera. Probé arrancármelas, pero la verdad, eran demasiadas, y seamos realistas…Quien tiene el tiempo para hacerlo??
Finalmente desistí, aunque me quedaba algo por probar…
Tintura. Muchos hombres se tiñen el pelo, pensé. Qué hay de malo en ello? Luego de varios días de debate moral y estético, emprendí mi viaje a la farmacia. Pero en el camino recordé con cariño a mi viejo, a mi abuelo…y al recordar sus cabezas blancas, sabias, sentí vergüenza. Vergüenza de mí por querer ocultar algo que no solo es una señal de tiempo, es una marca de la vida que me toco vivir, de la vida que vivo. De las cosas pasadas. De mi propia madurez, aunque muchas veces actúe como un niño, estoy grande, y tengo que aceptarlo con orgullo. Di media vuelta y volví a casa, con una tonta sonrisa de oreja a oreja, casi como si de repente hubiese entendido tantas cosas en solo un momento.
Tengo 32 años. Tengo canas. Soy feliz. El envase puede ajarse, la esencia es y debe ser, siempre la misma.-