miércoles, 20 de febrero de 2013

Cáncer...



Cáncer. Eran casi las ocho de la noche y estábamos preparándonos para asistir al cumpleaños de un amigo cuando recibí la terrible noticia de boca de mi hermana mayor. En mi cabeza el tiempo se detuvo y no pude pronunciar ni una palabra más. A duras penas pude subir la escalera hacia mi habitación, aunque en realidad ni siquiera sabía hacia donde iba en ese momento. Todo se volvió confuso y como empecé a sentir que las piernas no me respondían me senté despacio en la cama y traté de mantener la calma; mi hermana aun estaba del otro lado del teléfono y se había generado un silencio de muerte entre ambos. El resto de la charla entre nosotros se nos fue básicamente en tratar de auto consolarnos, y ambos cortamos, casi entre susurros.  Baje al comedor nuevamente y me quedé en silencio en lo que pareció el momento más sombrío de mi vida. Mil cosas pasaron como cometas por mi mente, mientras el reloj que en realidad no había dejado de correr ni un segundo marcaba las diez y media. Era sábado y ya no había nada más importante en que pensar o hacer; la noche se había terminado aún antes de empezar.
Qué pasa cuando pasa, esa es más o menos la pregunta que nos hacemos todos cuando, valga la redundancia, nos pasa. No creo que exista persona sobre el planeta que esté preparada psicológicamente para recibir a este visitante oscuro e inesperado en su hogar, porque todo lo que podemos hacer como familia sentimos que resultará inútil, y porque parece que emprendiéramos un viaje eterno hacia una guerra que sabemos antes de llegar que vamos a perder, pero aun así terminamos yendo armados simplemente con la esperanza de creer que se puede, y la voluntad de levantarnos cada día y aprovecharlo al máximo, y fe, que en este caso no importa en quien creas porque vamos a necesitar creer en algo, llámenlo Dios, Jehová o Buda. Creer en este caso es casi tan vital como la medicina.
 Fuerza, mucha fuerza ya que vamos a necesitarla para andar y no cansarnos, para poder llorar a mares y recuperarnos rápido porque no podemos darnos el lujo de dejarnos caer, fuerza para mandar todo a la mierda y para volverlo a traer porque vamos a tener que mantener la cordura cuando el resto no pueda, y  para que la enfermedad no se lleve el aliento de vida que parece escasear lentamente con el correr de los días.  No es fácil, yo lo sé y créanme cuando les digo que no va a volverse más fácil con el correr de los días. Tal vez no sirva de mucho todo lo que pueda decirles en una situación tan traumática, tal vez  les sirva saber que hay alguien ahí del otro lado que está viviendo lo mismo que ustedes.  Desde hace una semana me levanto con el corazón más lleno de esperanzas que nunca, porque voy a ser optimista y voy a ser parte de este viaje en el que voy a ser fuerte, voy a llorar, me voy a caer y me voy a volver a levantar. Viejo, este texto está dedicado a vos, porque vamos a pasar por esta tormenta juntos hasta que salga el sol de nuevo, y también para todos ustedes por leerme cada semana y darme luz desde el otro lado de esta columna. Nos vemos en la próxima.- 

jueves, 14 de febrero de 2013

Ayudar...



Me gusta ayudar a las personas, siempre lo hago. Considero también que es algo que se hace pero no se cuenta, porque si se hace de corazón no hay porque andar representándolo, sin embargo un acontecimiento en especial me ha dejado bastante movilizado y quería compartirlo con ustedes. Hace un par de semanas volvía a casa cuando subió al colectivo un señor de aspecto bastante humilde. Yo venía escuchando música y fue un acto reflejo inmediato el sacarme los auriculares para prestarle toda mi atención.  No sé que fue exactamente, pero lo hice, así de repente. El hombre, algo avergonzado pero a la vez seguro de sus palabras empezó a relatarnos a todos su historia; su hija estaba internada en el instituto del quemado y necesitaba comprarle unos insumos ya que en el lugar no podían suministrárselos  y eran vitales para su optima recuperación. La intervención la realizarían esa misma noche, para ser más exactos en un par de horas. Había tanto dolor en su mirada. El corazón se me hizo un nudo, me invadió la impotencia y sin mirar metí la mano a la billetera y le di mi aporte. El resto del pasaje no fue tan optimista; noté la manera en que la gente lo miraba, o mejor dicho lo ignoraba, siempre más ocupados en sus propias cosas, y en particular recuerdo  a  una señora que podría ser mi abuela, que me dedicó una mirada piadosa pero penetrante como si me hubiesen gastado alguna broma y yo fuese la víctima. El hombre se bajo solo un par de paradas antes que yo y se perdió en la multitud. 
Me bajé con un nudo en la garganta y a metros de llegar a casa rompí en llanto. No podría explicar con palabras todas las sensaciones que me invadieron en ese momento. Mis vecinos me miraban y no entendían nada. Me sentía bien por haber podido ayudar, pero me sentía una mierda por no poder hacer más, por la indiferencia de la gente ante la necesidad del otro, por la incapacidad de compasión. ¿Qué nos pasa, gente?
Esa noche no pude dormir bien. Me desperté a la madrugada y  me quedé pensando  un largo rato que como sociedad nos han pasado tantas cosas, nos han hecho tantas veces el “cuento del tío” que hasta cierto punto comprendía porque la gente no ayuda cuando puede, y el entender eso me hizo enojar y entristecer más todavía, porque pude ver que ante el miedo a que nos mientan, que nos “hagan el verso” preferimos mirar para otro lado y por culpa de algunos aprovechadores de situaciones la gente que realmente necesita ayuda por lo general no la recibe, y probablemente no lo haga nunca.  Me fui a dormir de vuelta y soñé que las cosas eran diferentes, y me desperté feliz, pensando en que mi ayuda para esa nena había servido de algo, y en que hay que seguir ayudando, tenemos que volver a creer en las personas. Yo se que cuesta y mucho, pero es la única solución, desaprendamos y volvamos a mirar desde adentro. Recuperemos la esperanza. Si ayudas cada vez que podés no dejes de hacerlo, y si no lo hacés es hora de empezar. Recordemos algo básico y es que no siempre vamos a estar de este lado de la vereda, y si en algún momento nos toca estar del otro lado vamos a querer que estén ahí para nosotros,  no lo olviden. Hasta la próxima.-

lunes, 11 de febrero de 2013

Popular...



Es un día cualquiera frente al televisor,  y los programas de concursos y desafíos abundan, tanto en el cable como en la televisión abierta. No importa la hora. La carrera por coronar al mejor y desmerecer al que no llegó a tiempo o no cumplió con el objetivo se repite a diario, la conquista por ser popular ha comenzado y no va a detenerse fácilmente. Agarro el control remoto y mientras mascullo algunas palabras non santas contra la caja boba, pienso que en realidad nunca me he llevado bien con la idea de popularidad. Siempre me ha parecido una de esas palabras molestas, de esas que cuando aparecen en nuestros vocabularios seguramente traerá cola. Cierto es que desde muy chicos la sociedad nos empuja a conseguir metas, siempre enfocadas en el concepto de tratar de ser alguien en esta vida, pero eso sí, alguien popular. ¿Pero cuál es el significado de esa palabra? Independientemente del ámbito en que nos desarrollemos y si trasladáramos las palabras a una tira cómica seria más o menos así: las personas populares son felices, se ríen mucho, tienen muchos amigos, manejan autos último modelo y  poseen lo último en tecnología. Las personas impopulares, por otro lado, son representadas por el parámetro opuesto; son personas serias, con trabajos mediocres, se ríen poco y nada y viajan en colectivo. Está bien, tal vez parezca exagerado lo que estoy diciendo… ¿o no?
Para muchas personas ser popular y ser alguien son sinónimos, pero permítanme el atrevimiento de decirles que no podrían estar más errados. Siendo chicos, muchas veces es fácil sentirse excluido de diferentes situaciones sociales por no encajar en los parámetros “correctos”, pero ¿Qué podemos hacer cuando desde los cuatro puntos cardinales nos están diciendo a quien seguir y a quien no, que es lo correcto y que no lo es? El anhelo por lo material como sinónimo de éxito es casi tan nocivo como esas viejas publicidades televisivas de cigarrillos que nos mostraban a gente fumando y viviendo la vida loca como un oasis de felicidad y éxito; hoy sabemos bien como termina esa historia, y es bastante desagradable como para citar algún ejemplo siquiera. Las generaciones más jóvenes necesitan una brújula urgente, porque están llevando la demonización de los que no se adaptan  a terrenos peligrosos.
Es triste que a esta altura del partido todavía vivamos en un mundo donde se sigan barajando conceptos tan baratos, tan de película pasatista. Los adolescentes en las escuelas viven un momento en donde la violencia contra los que no encajan es cada vez mayor. Como adultos, sabemos bien que este momento es en donde se forjarán sus personalidades, y es nuestro deber, seamos padres, tíos o hermanos mayores no alentar más ideas erradas de éxito.  Todos en algún momento hemos estado de un lado o del otro, y no podemos permitir que esto afecte a más gente. Pongamos nuestro granito de arena, incentivemos a pensar, a leer, a generar, a HACER porque todos somos alguien, todos y cada uno de nosotros. Cada persona es única y vale como tal y no podemos dejarnos definir por la regla con la que nos miden los estereotipos. Esta semana les dejo esta tarea. Pónganlo en práctica y tal vez, de a poco empecemos a ver los frutos del cambio. Hasta la próxima.-