Me preguntaron qué significaba para mí ser gay en los tiempos
que corren. Que tema. Pensé mucho antes de meterme a trabajar en esta columna,
dudé aún más de lo que pensé y rehíce estas líneas tantas veces que en un
momento parecía una escena sacada de la película “El día de la marmota” (como
siempre les digo, si no conocen algo ¡a googlear se ha dicho!). Muchas ideas
iban y venían por mi cabeza pero ninguna terminaba de convencerme, finalmente
me relajé y opté por contar ni más ni menos que mi humilde punto de vista,
mezclado con algo de realidad y humor para desdramatizar, que para eso ya está
la vida misma ¿o no?.
Para mi ser gay es algo que nunca me costó demasiado trabajo
asimilar, pero no desde el lado de lo sexual estrictamente hablando. Siempre
supe que era diferente, para bien o para mal sabía que no era igual que el
resto de mis compañeros de escuela o mis amigos del barrio. Y no hablo de que
me gustara jugar con muñecas (aunque debo reconocer que el pelo largo y
platinado de las Barbies de mis compañeras era una debilidad difícil de no
querer peinar). Me sentía más maduro, más sensible en situaciones en las que el
resto se reía y se veía confundido. Nunca fue un obstáculo para mí a la hora de
relacionarme con las personas, aunque después de grande muchos de mis amigos me
reprochan que esto se deba a que, como dicen ellos “no se me nota tanto”, como
si acaso el hecho de ser gay significara que todos somos como mamá televisión
se encargó de enseñarle al mundo: delgados, irónicos, siempre con el remate
gracioso para cada frase y como olvidarlo, súper promiscuos. Un completo y
vacío clisé que la sociedad se encargó de masticar y escupir con el solo
objetivo de hacernos ver como algo gracioso, pasatista y hasta en algunos
casos, peligroso. El único problema es que somos personas como cualquier otra
¡Madre mía! ¡Si hasta tenemos sentimientos y todo! Bueno, tal vez si sea cierto
eso de la ironía. Punto a tu favor, caja boba.
No siento que haya salido del closet, quizás porque nunca me
sentí adentro de ninguno. Siempre tuve en claro lo que sentía y, con el mismo
respeto que pido para mi me encargué de dejarlo bien en claro. La sexualidad
nunca fue una carga ni algo sobre lo cual sentir vergüenza. Vengo de una
familia que siempre me contuvo y nunca me discrimino ni me dejo de lado, aunque
lamentablemente no sea la realidad de muchos casos, donde prefieren apartarse
antes que entender que esas diferencias que parecen tan grandes en realidad no
son nada si tan solo abren la mente pero sobre todo, el corazón. Si alguien
pretende insultarme o hacerme sentir mal tratándome de homosexual pero en la
triste palabra de cuatro letras simplemente me doy vuelta y les digo “¿Me
hablaban?”. Eso es lo que me importa; nada en absoluto. Los años de persecución
y de esconderse ya pasaron. Gracias a Dios por el cambio de mentalidad y porque
la ley finalmente nos reconoce como pares ante la sociedad. Si, sé que parece
tardío, y de hecho lo es pero la rueda ha empezado a correr y no va a parar
ahora. Queda mucho por hacer, mucho por lograr. Vivan libres, disfruten, amen.
Sean felices porque la intolerancia del ignorante se encuentra en todos los
órdenes de la vida y no vamos a cambiar la cabeza de todo el mundo de un día
para el otro. Igualdad y respeto ¡y que viva Madonna, carajo! (o Lady Gaga para
las nuevas generaciones, que se yo). Hasta la próxima, y como siempre, gracias
por estar.-