martes, 18 de septiembre de 2012

Aprenderás a cocinar o morirás en el intento...



Aprenderás a cocinar o morirás en el intento. Eso me repetía  cada vez que me veía parado enfrente a la hornalla y no sabía por dónde arrancar primero hasta que, finalmente caía en las garras del dios delivery y terminaba por posponer esa titánica empresa para la próxima…o la siguiente. Supongo que si tenía alguien apuntándome a la cabeza podría haber llegado a preparar con suerte una ensalada, o al menos cortar la lechuga y el tomate, y ya con eso era suficiente. Pero un buen día me puse a pensar y caí en cuenta de que vengo de un largo linaje en el cual toda mi familia, o sea TODOS saben cocinar, y no solo que saben sino que lo hacen muy bien. Entonces mi gran interrogante era: “¿Seré yo el del problema?”
Con perdón de mi madre, que al leer estas líneas seguramente pondrá el grito en el cielo y me retirará el saludo por un par de días, no sin antes hacérmelo saber por todas las vías posibles, el que mejor cocina en casa es mi viejo. Eso sí, él responde a una serie de requerimientos para que el ritual se lleve a cabo sin problemas, como por ejemplo el hecho de que no hay que interrumpirlo bajo ningún aspecto mínimo media hora antes de empezar, ni acercarse demasiado porque puede llegar a volar algún utensilio de cocina por nuestras inocentes cabezas. Tampoco le gustan los cumplidos; eso significa que si esta rico para nuestros paladares lo que él preparó basta con comerse hasta el último bocado y, en caso de quererlo, repetir la porción. Si, reconozco que es un hombre de pocas palabras y algo de mal genio, el cual heredé sin duda alguna, pero de una mano en la cocina impresionante, lo cual si heredé aún no me entero ni recibo la notificación. Mi admiración por su habilidad es completa, pero nunca le pedí consejos ni participación en el proceso. Grave error, porque con la convivencia llega la repartija de tareas, y con ella me vi nuevamente enfrentado al desafío  de cocinar. Durante los primeros tiempos la pilotee con alguna que otra excusa y un largo listado de entregas a domicilio recolectados en mi época de soltería, pero estamos en Argentina y así no hay bolsillo que aguante por lo cual finalmente y después de varias discusiones y esquivar con más suerte que gracia el problema, decidí intentarlo. De a poco y con ayuda me estoy animando. Si tuviera que catalogarlo cual niveles de educación, debo confesar que estoy en primer grado, con grandes probabilidades de repetir el año, pero lo importante es que para mi gran sorpresa voy perdiendo el miedo de a poco, y con alguna que otra ayudita por aquí y por allá de a poco me voy animando.  Y con esto último dicho los dejo porque estoy sintiendo un olorcito a quemado y me parece que las milanesas se me pasaron…otra vez. Buen provecho y que viva el buen comer.-

lunes, 10 de septiembre de 2012

Demasiado viejo para...



Durante mucho tiempo, especialmente durante mi adolescencia le tuve miedo a crecer, a ser mayor. Tuve miedo de irme acercando lentamente al inevitable final. A pasar por esta vida demasiado rápido, a morir. Pretendí desde entonces jugar a retrasar el tiempo lo mas que pudiera, pero el tiempo del alma, tratando de prolongar cada pequeño momento de mi vida, hacerlo valer, dejar una marca, llenarme los ojos, la cabeza y el corazón de conocimiento y amor. Ser alguien. Jugar a vivir y a la vez, vivir en serio. Hoy cuando miro a mí alrededor muchas veces siento que el miedo de la gente con respecto al paso del tiempo tiene que ver con una cuestión meramente estética y la verdad, más que preocuparme, me duele.
He visto a gente negar, ponerse nerviosa y hasta enojarse cuando les preguntan por el almanaque, como si se tratara de un crimen, y también he visto a gente utilizar el tema de la edad para insultar o desmerecer a alguien: “¿no está demasiado vieja para…?”, “míralo, parece un payaso a esa edad con…” y demás frases insufribles con las cuales determinamos, como si fuéramos el juez de una mala serie de tevé y desde un lugar que nadie nos dio lo que puede o no hacer una persona de acuerdo a cuantas primaveras lleva sobre la faz de la tierra. A veces parecería que el juego simplemente se tratara de ver quien luce mejor, y ni siquiera alcanza con eso, ni cerca estamos de entender el significado de todo esto. Estamos atravesando un momento muy particular en el cual se hace un culto de la eterna juventud que no es real y que provoca confusión en la gente, primero en los más jóvenes, que tienen terror a envejecer y segundo y particularmente en los mayores, que muchas veces sienten que tienen que verse y actuar como si tuvieran veinte años para “pertenecer” pero… ¿pertenecer a qué exactamente?
Yo me pregunto, si el cuerpo es un templo, como dice el refrán ¿no deberíamos preocuparnos no solamente por la fachada, sino también por lo que tiene adentro? No creo por completo eso de que la edad es un estado mental, pero sí creo que todo tiene un porqué y dentro de ese contexto, me gusta creer que las diferentes etapas de la vida son por algo y no quisiera perderme de experimentar ninguna porque los parámetros actuales digan que esta pasado de moda. La moda es para la ropa y para los zapatos.
Para vivir y disfrutar de nuestra edad, tengamos quince, treinta o sesenta no necesitamos permiso. Llenen el alma con contenido alto en proteínas. Los cuarenta no son los nuevos veinte, son los cuarenta y punto. No permitamos que nadie ni nada nos imposibilite de hacer lo que tengamos ganas sin importar cuantas patas de gallo tengas alrededor de los ojos. Si quieren ponerse esa mini de leopardo fluo, háganlo, pero solo porque lo sientan así y no porque quieran parecerse a alguien de la mitad de su edad. La actitud frente a la vida va hacer que se note la diferencia cuando te mires al espejo y te veas diferente, porque te vas a estar mirando con amor y no con miedo a quedarte afuera. Muestren con orgullo sus años y verán llover elogios y no palabras vacías. Después me cuentan su experiencia.