martes, 21 de agosto de 2012

Depresión


Mientras pensaba en que tema desarrollar en la columna de esta semana me vino a la cabeza una palabrita de la cual fui huésped involuntario hace poco más de un año: depresión. Lejos de cualquier tecnicismo, que para eso ya están los profesionales, simplemente puedo compartirles mi experiencia, con la simple intención de ayudar a quien me lea a tratar de entenderla, o simplemente a darse cuenta si están pasando por algo similar y que con ayuda, se puede salir.
Al principio pensé que se trataba de cansancio, producto de trabajar tantas horas y no le di demasiada importancia, hasta que una mañana de la nada empecé a sentir que cada día que pasaba me costaba más levantarme para ir a trabajar. Pasé de ser el dueño de asistencias perfectas a Inventar mil enfermedades  para faltar y hubo semanas en las cuales hasta llegué a tomarme dos días seguidos. Comencé a aburrirme cada vez con mas celeridad y la rutina se volvió una mochila cargada de piedras que no tenía ganas siquiera de mirar, mucho menos de levantar. Salir a la calle se volvió una verdadera odisea, siempre tenía alguna excusa, desde la ropa hasta el tiempo, hasta que finalmente terminaba toda remota posibilidad con un grito y un portazo, y tema resuelto. Lo que en realidad no estaba viendo era que, con el paso de los días esto empezaba a agravarse cada vez más. De repente tenía ganas de llorar en cualquier momento y ni siquiera sabía el motivo por el cual quería hacerlo. Apareció entonces el insomnio y con él, la sensación de pesar se volvió crónica. Mi hábitat natural ahora era el dormitorio y prácticamente solo salía de ahí para sentarme en la computadora o ir al baño.  Me sentía en un pozo desde la profundidad del cual todo se veía mal y las soluciones parecían lejanas como en esas pesadillas en las cuales corremos hacia una puerta que a medida que nos acercamos, parece alejarse cada vez más. Me convertí en dueño y señor de la verdad, y hasta corté relaciones con amigos que eran casi familia para mí. No quería verlos, ni que ellos me vieran así. Fumaba y fumaba sin parar, apenas comía y cuando hoy miro algunas fotos de esos días, debo decirles con horror que ni siquiera me reconozco ahí. Pero fue gracias al apoyo de mi pareja que siempre estuvo presente a mi lado y me ayudo a atravesar ese duro momento y a mostrarme que algo estaba fuera de lugar y tenía que volver a encontrarme conmigo mismo. Hoy puedo llegar a decir que fue la suma de mi incapacidad tremenda de decir lo que me pasaba por dentro, de reconocer que estaba en crisis, de que todos somos vulnerables y que, tal y como lo decía mi abuela, todo tiene solución excepto la muerte y la verdad es que, a pesar de ser un refrán casi tan viejo como el mundo mismo, es real. Por eso puedo decirles, desde estas líneas que no se cierren, que hablen, que busquen ayuda profesional y refugio  en sus seres queridos, porque nadie está exento, pero todos pueden salir, como yo lo hice. Aprender cuando decir NO, cuando decir BASTA y cuando pedir AYUDA son solo el primer paso, pero sí lo das es señal que vas por buen camino.-



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