Mientras pensaba en que tema desarrollar en la columna de
esta semana me vino a la cabeza una palabrita de la cual fui huésped
involuntario hace poco más de un año: depresión. Lejos de cualquier tecnicismo,
que para eso ya están los profesionales, simplemente puedo compartirles mi
experiencia, con la simple intención de ayudar a quien me lea a tratar de
entenderla, o simplemente a darse cuenta si están pasando por algo similar y
que con ayuda, se puede salir.
Al principio pensé que se trataba de cansancio, producto de
trabajar tantas horas y no le di demasiada importancia, hasta que una mañana de
la nada empecé a sentir que cada día que pasaba me costaba más levantarme para
ir a trabajar. Pasé de ser el dueño de asistencias perfectas a Inventar mil enfermedades
para faltar y hubo semanas en las cuales
hasta llegué a tomarme dos días seguidos. Comencé a aburrirme cada vez con mas
celeridad y la rutina se volvió una mochila cargada de piedras que no tenía
ganas siquiera de mirar, mucho menos de levantar. Salir a la calle se volvió una
verdadera odisea, siempre tenía alguna excusa, desde la ropa hasta el tiempo,
hasta que finalmente terminaba toda remota posibilidad con un grito y un
portazo, y tema resuelto. Lo que en realidad no estaba viendo era que, con el
paso de los días esto empezaba a agravarse cada vez más. De repente tenía ganas
de llorar en cualquier momento y ni siquiera sabía el motivo por el cual quería
hacerlo. Apareció entonces el insomnio y con él, la sensación de pesar se
volvió crónica. Mi hábitat natural ahora era el dormitorio y prácticamente solo
salía de ahí para sentarme en la computadora o ir al baño. Me sentía en un pozo desde la profundidad del
cual todo se veía mal y las soluciones parecían lejanas como en esas pesadillas
en las cuales corremos hacia una puerta que a medida que nos acercamos, parece
alejarse cada vez más. Me convertí en dueño y señor de la verdad, y hasta corté
relaciones con amigos que eran casi familia para mí. No quería verlos, ni que ellos
me vieran así. Fumaba y fumaba sin parar, apenas comía y cuando hoy miro
algunas fotos de esos días, debo decirles con horror que ni siquiera me
reconozco ahí. Pero fue gracias al apoyo de mi pareja que siempre estuvo
presente a mi lado y me ayudo a atravesar ese duro momento y a mostrarme que
algo estaba fuera de lugar y tenía que volver a encontrarme conmigo mismo. Hoy
puedo llegar a decir que fue la suma de mi incapacidad tremenda de decir lo que
me pasaba por dentro, de reconocer que estaba en crisis, de que todos somos vulnerables
y que, tal y como lo decía mi abuela, todo tiene solución excepto la muerte y
la verdad es que, a pesar de ser un refrán casi tan viejo como el mundo mismo,
es real. Por eso puedo decirles, desde estas líneas que no se cierren, que
hablen, que busquen ayuda profesional y refugio
en sus seres queridos, porque nadie está exento, pero todos pueden
salir, como yo lo hice. Aprender cuando decir NO, cuando decir BASTA y cuando
pedir AYUDA son solo el primer paso, pero sí lo das es señal que vas por buen
camino.-
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