martes, 14 de agosto de 2012

Mascotas casi hijos...


No puedo recordar un solo momento de mi vida en el cual no estuve acompañado de alguna mascota, ya sea cubierta de pelos, plumas o escamas.  Amo tanto a los animales que he caído en cuenta que soy la clase de persona que podría tener en el patio de su casa tanto un hámster…como un elefante. Si, es así de grave la cuestión.
 Ocurre que vengo de una familia en la cual siempre han tenido un lugar bien marcado, no como simples guardianes ni adornos impolutos y pomposos, sino como un miembro más, aún cuando los especialistas aseguran que esto no siempre es del todo bueno, tanto para ellos como para nosotros, los dueños. Reconozco que siendo un niño muchas veces mi forma de demostrarles amor era al menos, cuestionable, como aquella vez que intenté hacerle tragar un autito de plástico a Dufy, el perro de mi abuela en un numero de magia que no acabó muy bien, o esa tarde que bañé a Romina, la gata de mi tía y terminé empapado y arañado, por contar un par de las más graves. En este preciso momento de mi vida tengo 7 gatos y 3 perros, lo cual me convierte a los ojos de mis amigos y allegados en “el loco de los bichos”, lo cual me hace cierto ruido pero, bueno, algo de razón tienen.
Con mi batallón canino y felino tengo aventuras y desventuras diarias, no lo voy a negar. No es fácil. No es aconsejable a menos que realmente puedas tomar semejante responsabilidad. Porque no importa el tamaño ni la raza, necesitan mucho cuidado y atención. Hay que estar dispuestos a cuidarlos, pero cuidarlos en serio y estar con ellos. A mí hasta los horarios de ingreso y egreso de casa me tienen cronometrados; sólo cinco minutos de retraso y comienza la serenata pseudo-punk en pos de mi aparición en escena. Las comidas son divismo puro: Silvestre (el gato más joven) no come si Regín (la perra más grande) está presente o a menos de dos metros de distancia y viceversa, el plato con agua debe estar siempre lleno; si esta por la mitad, no toman y te miran como un cliente con la mosca en la sopa miraría al mozo. Créanme que es  un esfuerzo descomunal a veces llegar muerto después de nueve horas de trabajo y encontrar la energía para interactuar con ellos, pero el amor incondicional y la recompensa de ver esas colas moverse cual hélice de helicóptero lo valen. No hay que olvidarse que ellos siempre dependen de nosotros, y no podemos fallarles. Nunca.
Para cerrar toda esta charla que comparto con ustedes de mi pasión por los bichos (como dicen mis amigos) y demás me lleva a reflexionar en que mis hijos, que llegarán a mi vida en algún momento, me van a dar vueltas como una media, tal como lo hacen mis mascotas hoy. Lo único que les pido, si alguna vez leen esto: hijos míos, sean buenos con los animales y no me hagan gastar mucha plata, que Papá es medio tacaño, pero los ama con todo el corazón.-


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