Desde que comencé a escribir para
las páginas de este prestigioso suplemento dedicado a la mujer, he perdido ya
la cuenta de cuantas veces mis compañeras de trabajo me han pedido que les
dedique alguna de mis columnas. Imagínense mi orgullo ante tremendo pedido, y
como negarme? He aquí entonces, mi pequeño homenaje a todas ellas. Leer sin
prejuicio, eh?
Existen trabajos en los que se arriesga la vida a
diario, existen también aquellos en los cuales
se pone a prueba nuestro ingenio y rapidez para salir de determinadas
situaciones…y existen las empleadas de comercio.
Ropa ajustada y a la moda, labios
pintados de rojo furioso o rosa chicle, peinados abultados y una energía que
podría alimentar, sin exagerar, a una pequeña ciudad…o a un barrio grande. Obsérvenlas
llegar al centro completamente producidas, con una sonrisa de oreja a oreja…que
nosotros, compradores nos encargaremos de tratar de derribar con el paso del
día.
Existen grupos diferentes de
vendedoras. Están por un lado aquellas que trabajan por comisión, y que harán
todo y cuanto este a su alcance para cumplir su objetivo: vendernos, mínimo un
par de medias. Algunas suelen dar un poco de miedo, ya que no alcanza el
posible comprador a cruzar la puerta del negocio que se encuentra rodeado. ¿La solución?
Repetir tres veces “estoy mirando” hasta que finalmente podamos recorrer
tranquilos y decidir sin presiones. Y después estan las famosas desinteresadas,
las que yo llamo “si queres comprar, comprá”, y que con su actitud
despreocupada tambien suelen conseguir vender, aunque a veces a costa de la
paciencia de los clientes.
Reconozcamos que como futuros
clientes solemos ser bastante difíciles.
Pónganse una mano en el corazón y díganme cuantas veces entraron a un local,
se probaron tooooodo lo que había y después de llevar a la cordial vendedora
prácticamente al borde del ataque de nervios le dijeron la clásica frase
"bueno, paso en otro momento" o la muletilla del "¿hasta que hora tenés abierto?"
cuando sabemos perfectamente que NO vamos a volver...no al menos hasta que
tengamos que volver a hacer tiempo entre salir del trabajo y encontrarnos
con nuestras parejas para emprender la vuelta a casa. Dios bendiga a las
empleadas de comercio, abanderadas de la paciencia y de la sonrisa inmutable
durante el calvario diario de ocho horas que de lunes a sábado transitan para
hacer de nuestras vidas de compradores compulsivos un lugar mejor. Un saludo
a todas ellas, y espero que en estas lineas, mezcla de humor y realidad,
se les halla hecho justicia.
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