Las canas…Para que están? Porque salen? Porque nos molestan? Y porque las ocultamos…o
queremos ocultar? Recuerdo siempre que siendo aun un niño vivía haciendo estas
preguntas a mi santa abuela quien, con su tremenda paciencia, me respondía una
y otra vez lo mismo; Que las canas aparecían cuando las personas eran mayores,
que eran símbolo de sabiduría, que a
veces salían cuando alguien o algo nos hacía renegar, y un largo listado de etcéteras que no
lograban saciar mis constantes vueltas sobre el tema. Lo cierto es que, hoy, ya
pasados los 30, tengo la cabeza bastante poblada con estos, como llamarlos,
enemigos de la juventud que vinieron a instalarse cual okupas ilegales y que
debo confesar, al menos para mi gusto personal, se han adelantado un poco.
Y no me habían molestado hasta que la gente empezó a
notarlo. Claro que al ver la expresión en mi cara trataban de arreglarlo con
frases al estilo “Te dan un aire intelectual tremendo” o el clishé y poco
creíble “Te ves sexy con esas canas” (perdón, pero de sexy tengo bastante poco,
y no son justamente las canas quienes van a venir a salvar el día).
Pensé entonces en cortarme el pelo. Al principio funcionó.
El problema vino cuando empezó a crecerme nuevamente y las muy malditas aparecían
cual cardos, duras y blancas, resaltando entre el resto e inmaculado azabache
de mi cabellera. Probé arrancármelas, pero la verdad, eran demasiadas, y seamos
realistas…Quien tiene el tiempo para hacerlo??
Finalmente desistí, aunque me quedaba algo por probar…
Tintura. Muchos hombres se tiñen el pelo, pensé. Qué hay de
malo en ello? Luego de varios días de debate moral y estético, emprendí mi
viaje a la farmacia. Pero en el camino recordé con cariño a mi viejo, a mi
abuelo…y al recordar sus cabezas blancas, sabias, sentí vergüenza. Vergüenza de
mí por querer ocultar algo que no solo es una señal de tiempo, es una marca de
la vida que me toco vivir, de la vida que vivo. De las cosas pasadas. De mi
propia madurez, aunque muchas veces actúe como un niño, estoy grande, y tengo
que aceptarlo con orgullo. Di media vuelta y volví a casa, con una tonta
sonrisa de oreja a oreja, casi como si de repente hubiese entendido tantas
cosas en solo un momento.
Tengo 32 años. Tengo canas. Soy feliz. El envase puede ajarse,
la esencia es y debe ser, siempre la misma.-
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