sábado, 30 de junio de 2012

El apego a las cosas materiales...


A menudo me pasa que tiendo a generar lazos afectivos muy fuertes con cosas materiales.  Tal vez para mucha gente esto suene a tonto, demasiado sensible o tal vez insensible, pero  déjenme explicarles una de mis últimas experiencias, tal vez la más fuerte que me ha ocurrido hasta la fecha.
 Hace poco surgió la necesidad, casi inmediata, de cambiar nuestro humilde lavarropas semiautomático. El pobre artefacto a llegado a su sexto y posiblemente último año de vida útil con una serie de cicatrices en sus espaldas que ni el soldado más valiente podría soportar; magullones a ambos lados, la tapa rota, el cable parchado hasta el cansancio debido a los inclementes ataques terroristas de Pipo, nuestra antigua mascota (QEPD mi amado conejo) y una larga cadena de etcéteras, o mejor dicho, de golpes, para ser más exactos…
Aun lava, eso es cierto. Pero también es cierto que cada vez que emprendemos la aventura de usarlo no solo rogamos que termine el lavado, sino también que su traqueteo no sea más escandaloso que la vez anterior, o la anterior a la anterior (cuenta la leyenda que, en días de viento, su marcha estruendosa puede escucharse hasta a una cuadra de distancia).
Mientras sacábamos números y buscábamos a su posible reemplazo en algún que otro folleto, con mi pareja empezamos a mirar hacia atrás y a pensar en cuanto nos costó comprarlo. Ahorramos durante meses para poder tener el que fue nuestro primer electrodoméstico. Recuerdo la emoción al ir a retirarlo, al instalarlo en el diminuto baño de nuestro primer departamento, el primer lavado…y es en ese punto donde muchas veces no notamos que los objetos que nos rodean también cuentan una parte importante de nuestra historia como personas. Si bien siempre fui consciente de ello, no fue sino hasta que surgió la idea de cambiarlo que note cuanto lo quería, cuanto iba a extrañarlo, y cuán importante era el apego que había generado hacia él. Porque aunque parezca sin importancia cuenta un pedacito de mi vida, en este caso de sacrificio. A escondidas le dediqué algunas lágrimas, y le hice la única  promesa de usarlo hasta el final. El se lo merece. Todavía le quedan un par de historias por contar.
El apego a las cosas materiales, a los objetos que simbolizan algo fuerte para nosotros no es algo que deba avergonzarnos. Sentir esa sensación en el pecho, mezcla de recuerdos y  emoción, lazo inequívoco a momentos únicos de mi vida, sepan que realmente, no tiene precio.-

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