Me gusta ayudar a las personas, siempre lo hago. Considero
también que es algo que se hace pero no se cuenta, porque si se hace de corazón
no hay porque andar representándolo, sin embargo un acontecimiento en especial
me ha dejado bastante movilizado y quería compartirlo con ustedes. Hace un par
de semanas volvía a casa cuando subió al colectivo un señor de aspecto bastante
humilde. Yo venía escuchando música y fue un acto reflejo inmediato el sacarme
los auriculares para prestarle toda mi atención. No sé que fue exactamente, pero lo hice, así
de repente. El hombre, algo avergonzado pero a la vez seguro de sus palabras
empezó a relatarnos a todos su historia; su hija estaba internada en el
instituto del quemado y necesitaba comprarle unos insumos ya que en el lugar no
podían suministrárselos y eran vitales
para su optima recuperación. La intervención la realizarían esa misma noche,
para ser más exactos en un par de horas. Había tanto dolor en su mirada. El
corazón se me hizo un nudo, me invadió la impotencia y sin mirar metí la mano a
la billetera y le di mi aporte. El resto del pasaje no fue tan optimista; noté
la manera en que la gente lo miraba, o mejor dicho lo ignoraba, siempre más
ocupados en sus propias cosas, y en particular recuerdo a una
señora que podría ser mi abuela, que me dedicó una mirada piadosa pero
penetrante como si me hubiesen gastado alguna broma y yo fuese la víctima. El
hombre se bajo solo un par de paradas antes que yo y se perdió en la
multitud.
Me bajé con un nudo en la garganta y a metros de llegar a
casa rompí en llanto. No podría explicar con palabras todas las sensaciones que
me invadieron en ese momento. Mis vecinos me miraban y no entendían nada. Me
sentía bien por haber podido ayudar, pero me sentía una mierda por no poder
hacer más, por la indiferencia de la gente ante la necesidad del otro, por la
incapacidad de compasión. ¿Qué nos pasa, gente?
Esa noche no pude dormir bien. Me desperté a la madrugada y me quedé pensando un largo rato que como sociedad nos han
pasado tantas cosas, nos han hecho tantas veces el “cuento del tío” que hasta
cierto punto comprendía porque la gente no ayuda cuando puede, y el entender
eso me hizo enojar y entristecer más todavía, porque pude ver que ante el miedo
a que nos mientan, que nos “hagan el verso” preferimos mirar para otro lado y
por culpa de algunos aprovechadores de situaciones la gente que realmente
necesita ayuda por lo general no la recibe, y probablemente no lo haga nunca. Me fui a dormir de vuelta y soñé que las cosas
eran diferentes, y me desperté feliz, pensando en que mi ayuda para esa nena
había servido de algo, y en que hay que seguir ayudando, tenemos que volver a
creer en las personas. Yo se que cuesta y mucho, pero es la única solución,
desaprendamos y volvamos a mirar desde adentro. Recuperemos la esperanza. Si
ayudas cada vez que podés no dejes de hacerlo, y si no lo hacés es hora de
empezar. Recordemos algo básico y es que no siempre vamos a estar de este lado
de la vereda, y si en algún momento nos toca estar del otro lado vamos a querer
que estén ahí para nosotros, no lo
olviden. Hasta la próxima.-
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