jueves, 14 de febrero de 2013

Ayudar...



Me gusta ayudar a las personas, siempre lo hago. Considero también que es algo que se hace pero no se cuenta, porque si se hace de corazón no hay porque andar representándolo, sin embargo un acontecimiento en especial me ha dejado bastante movilizado y quería compartirlo con ustedes. Hace un par de semanas volvía a casa cuando subió al colectivo un señor de aspecto bastante humilde. Yo venía escuchando música y fue un acto reflejo inmediato el sacarme los auriculares para prestarle toda mi atención.  No sé que fue exactamente, pero lo hice, así de repente. El hombre, algo avergonzado pero a la vez seguro de sus palabras empezó a relatarnos a todos su historia; su hija estaba internada en el instituto del quemado y necesitaba comprarle unos insumos ya que en el lugar no podían suministrárselos  y eran vitales para su optima recuperación. La intervención la realizarían esa misma noche, para ser más exactos en un par de horas. Había tanto dolor en su mirada. El corazón se me hizo un nudo, me invadió la impotencia y sin mirar metí la mano a la billetera y le di mi aporte. El resto del pasaje no fue tan optimista; noté la manera en que la gente lo miraba, o mejor dicho lo ignoraba, siempre más ocupados en sus propias cosas, y en particular recuerdo  a  una señora que podría ser mi abuela, que me dedicó una mirada piadosa pero penetrante como si me hubiesen gastado alguna broma y yo fuese la víctima. El hombre se bajo solo un par de paradas antes que yo y se perdió en la multitud. 
Me bajé con un nudo en la garganta y a metros de llegar a casa rompí en llanto. No podría explicar con palabras todas las sensaciones que me invadieron en ese momento. Mis vecinos me miraban y no entendían nada. Me sentía bien por haber podido ayudar, pero me sentía una mierda por no poder hacer más, por la indiferencia de la gente ante la necesidad del otro, por la incapacidad de compasión. ¿Qué nos pasa, gente?
Esa noche no pude dormir bien. Me desperté a la madrugada y  me quedé pensando  un largo rato que como sociedad nos han pasado tantas cosas, nos han hecho tantas veces el “cuento del tío” que hasta cierto punto comprendía porque la gente no ayuda cuando puede, y el entender eso me hizo enojar y entristecer más todavía, porque pude ver que ante el miedo a que nos mientan, que nos “hagan el verso” preferimos mirar para otro lado y por culpa de algunos aprovechadores de situaciones la gente que realmente necesita ayuda por lo general no la recibe, y probablemente no lo haga nunca.  Me fui a dormir de vuelta y soñé que las cosas eran diferentes, y me desperté feliz, pensando en que mi ayuda para esa nena había servido de algo, y en que hay que seguir ayudando, tenemos que volver a creer en las personas. Yo se que cuesta y mucho, pero es la única solución, desaprendamos y volvamos a mirar desde adentro. Recuperemos la esperanza. Si ayudas cada vez que podés no dejes de hacerlo, y si no lo hacés es hora de empezar. Recordemos algo básico y es que no siempre vamos a estar de este lado de la vereda, y si en algún momento nos toca estar del otro lado vamos a querer que estén ahí para nosotros,  no lo olviden. Hasta la próxima.-

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